Chubut

La Economía del “No”: Cómo Esquel Se Aleja del Progreso

En el mapa económico de la Argentina, Esquel se destaca no por su producción, su innovación o su crecimiento, sino por algo mucho más simbólico: su negativa. A lo largo de más de dos décadas, esta ciudad de la cordillera chubutense ha construido una identidad colectiva basada en el rechazo. Rechazo a la minería, a las inversiones, al debate técnico, al aprovechamiento de los recursos del subsuelo. Pero también, en los hechos, rechazo al desarrollo real y sostenible.

El mito del “modelo alternativo”

Todo comenzó en 2003, cuando el plebiscito que frenó un proyecto minero con respaldo técnico internacional fue celebrado como un hito ambiental. Desde entonces, cada vez que se ha intentado reabrir el debate sobre minería moderna y responsable, han surgido voces que aseguran tener “otras formas de producir”, alternativas supuestamente más amigables, más sustentables y más propias del “modelo de vida esquelense”.

Sin embargo, más de veinte años después, esas actividades productivas no han llegado, o lo han hecho de forma marginal, sin escala, sin impacto económico y, en la mayoría de los casos, sobreviviendo a base de subsidios públicos. El turismo —eje repetido de ese discurso— no logra sostener una economía estable: es estacional, volátil, y depende de factores climáticos y de conectividad que Esquel no controla. La agricultura, por su parte, enfrenta limitaciones obvias de suelo, escala y clima. La tecnología y el software son grandes aspiraciones, pero sin masa crítica, infraestructura ni incentivos reales, quedan en el plano del deseo.

La ficción productiva como barrera al debate

La estrategia ha sido siempre la misma: cuando aparece la palabra “minería”, los sectores antimineros reaccionan con campañas alarmistas y, al mismo tiempo, presentan un repertorio de propuestas productivas que en los papeles parecen ideales, pero en la realidad no existen o son directamente inviables en el contexto local. Así, se evita el debate profundo sobre la única actividad que históricamente ha demostrado capacidad real de generar empleo, infraestructura, divisas e impacto regional: la minería.

Mientras tanto, se perpetúa una economía del “no”. No a la minería. No a la discusión. No a los estudios técnicos. No a las consultas con expertos. Y en ese mismo gesto, no al desarrollo.

Promesas municipales, resultados nulos

Lo más paradójico es que incluso en los períodos donde la minería no está en discusión pública, las autoridades locales repiten el ciclo de anunciar nuevas actividades productivas que jamás logran despegar. El actual intendente de Esquel ha vuelto a insistir con iniciativas económicas sin sustento, sin mercado, sin planificación y —lo más grave— sin resultados.

Se crean proyectos que requieren inversión pública constante, sin retorno social o fiscal. Se instalan discursos sobre «producción con identidad local» que no pueden sostenerse más allá del marketing institucional. Se festejan pequeñas ferias y eventos como si fueran motores de desarrollo económico. Pero la realidad es clara: la ciudad no produce, no exporta, no genera empleo privado genuino.

¿Desarrollo con qué?

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿cómo se espera que una ciudad como Esquel se desarrolle si se niega a discutir el aprovechamiento de uno de sus principales recursos naturales? ¿Cómo competir con otras regiones que sí han apostado por modelos productivos mixtos, integrando minería con agricultura, industria, turismo y tecnología? ¿Cómo garantizar futuro para sus jóvenes si la economía sigue cerrándose sobre sí misma?

El debate sobre la minería no es, ni debe ser, un cheque en blanco. Pero negarse incluso a discutirlo, mientras se propone un modelo ficticio de desarrollo basado en actividades que no existen o no funcionan, es condenarse a la parálisis.

La urgencia de salir del “no”

Esquel tiene una oportunidad histórica. Puede seguir alimentando una identidad construida en el rechazo, o puede comenzar a pensar con seriedad y responsabilidad cómo insertarse en una economía moderna, diversificada y competitiva. Para eso, hace falta algo que escasea desde hace años: coraje político, apertura al debate, y una visión de largo plazo que deje de idealizar lo imposible y empiece a construir sobre lo real.

Porque decir “no” todo el tiempo también tiene un costo. Y Esquel lo está pagando.