Minería

La minería, un motor para el desarrollo

La transición desde un sistema basado en hidrocarburos a uno limpio e intensivo en minerales puede impulsar a que las exportaciones mineras argentinas crezcan en más de US$ 10.000 millones.

Argentina ha experimentado diferentes dificultades para desarrollar todo su potencial minero, aunque esto podría cambiar a partir de la revolución de las políticas verdes que se encuentra en ciernes: en los próximos años, el mundo asistirá a un dramático crecimiento en la demanda de minerales, necesarios para mitigar el cambio climático.

La transición desde un sistema basado en hidrocarburos a uno limpio e intensivo en minerales puede impulsar a que las exportaciones mineras argentinas crezcan en más de US$ 10.000 millones, pero también puede mejorar las condiciones de vida de muchas regiones del país postergadas y alejadas de los principales centros urbanos, disminuir la desigualdad y ser un motor para el desarrollo de proveedores y tecnologías.

No obstante, en muchas ocasiones la abundancia de recursos naturales ha sido tratada por parte de la literatura especializada como una “maldición”. Entre los principales argumentos, se utiliza baja intensidad tecnológica y eslabonamientos productivos, la tendencia decreciente de sus términos de intercambio o la posibilidad de que un auge de exportaciones induzca una apreciación cambiaria, en perjuicio de otras actividades transables con menores ventajas competitivas, situación a la que se denomina “enfermedad holandesa”.

Claro que la experiencia de varios países desarrollados permite poner en duda esta suposición. Países desarrollados, como Estados Unidos, Canadá y Australia encabezan los rankings de producción de minerales y los combinan con actividades complementarias e intensivas en conocimiento. En particular, la minería australiana ha sido reconocida por el importante desarrollo del sector equipos, tecnologías y servicios para la minería (METS, por sus siglas en inglés).

Entre los países de la región, destacan las experiencias de Chile y Perú. Las exportaciones mineras del primero crecieron desde U$S 8.700 millones en 2003 a U$S 42.000 millones en 2020 y en el segundo de U$S 3.000 millones a comienzos del 2000 a U$S 26.000 millones el último año. En ambos países el crecimiento económico (derivado en parte del auge minero) fue acompañado de una baja tanto en la pobreza como en la desigualdad: el porcentaje de personas que vive con menos de US$ 10 por día a paridad de poder adquisitivo pasó, en el caso de Chile, de 58% en 2003 a 19% en 2017 y en Perú del 78% al 48% entre 2000 y 2019. En tanto, en Chile el coeficiente de Gini (que mide la desigualdad de ingresos) cayó de 51,4 a 44,4, mientras que en Perú se retrajo de 49 a 41,5 en el mismo período, según información de PovCalNet (Banco Mundial).

En efecto, el carácter netamente exportador de la actividad es de especial relevancia para Argentina, donde la persistente dificultad para incrementar la oferta exportable se traduce en un déficit estructural de cuenta corriente, fuga de capitales y alto endeudamiento externo, entre algunas de las principales problemáticas aparejadas. El país requiere de una mayor cantidad de divisas para resolver un cuello de botella para volver a la senda del crecimiento sostenido y la minería es una gran aportante de divisas en aquellos países donde se desarrolla en plenitud.

Durante 2020 la minería acumuló exportaciones por cerca de US$ 2.600 millones, equivalentes al 4,7% del país, de las cuales 68% provinieron de derivados de oro, 23% de concentrados de plata, 5% productos de litio, 4% a rocas y minerales industriales y el restante a otros metalíferos.

Para la próxima década, la adopción de vehículos eléctricos, baterías de nueva generación y sistemas de almacenamiento, entre otros, harán que los requerimientos de litio a nivel mundial se quintupliquen.

A su vez, la creciente electrificación hará crecer la demanda de cobre y otros minerales, siendo que los motores de los vehículos eléctricos requieren cinco veces más cables y uniones a base de plata que los automóviles tradicionales; las energías renovables también demandan más minerales: una central eléctrica convencional requiere alrededor de 1 tonelada de cobre para producir 1 MW, mientras que parques eólicos y solares necesitan entre 3 y 5 toneladas por MW.

La transición desde un sistema basado en hidrocarburos a uno limpio e intensivo en minerales, puede impulsar a que las exportaciones mineras argentinas se tripliquen en una década. Únicamente los dos proyectos de cobre que se encuentran más avanzados (Josemaría y MARA), permitirían sumar exportaciones anuales promedio por US$ 2.657 millones, y la expansión de la producción local de litio -en curso-, otros US$ 600 millones. No obstante, el potencial para la próxima década es aún mayor: si se concretan los proyectos de litio que en la actualidad se encuentran evaluando procesos productivos, las exportaciones por este mineral podrían superar los US$ 2.500 millones y los proyectos de cobre cerca de US$ 8.000 millones adicionales.

Otro aspecto relevante para un país como Argentina, donde existe una gran desigualdad social y territorial, es el fuerte carácter federal de la minería. Los proyectos se ubican usualmente lejos de los grandes centros urbanos del país -incluso lejos de las capitales provinciales- y demandan fuertes inversiones en infraestructura, redes viales y desarrollo local. Los principales proyectos de cobre de Argentina requieren cada uno de inversiones que oscilan entre los US$ 2.000 y US$ 3.000 millones, mientras que los de litio promedian los US$ 400 y US$ 500 millones cada uno.

Por otro lado, es una actividad con una elevada productividad e intensiva en capital, fuente de trabajo registrado y salarios muy por encima del promedio. Durante 2020, la minería metalífera se ubicó como la actividad de mejor remuneración promedio, triplicando el salario promedio de Argentina. De acuerdo con la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, la minería metalífera tiene una tasa de formalidad superior al 90% (contra un 65% del conjunto de la economía).

Tomando el caso de Santa Cruz -principal provincia minera del país-, en 2019 contaba con 8 proyectos metalíferos en actividad, que por sí solos emplearon al 8,6% del empleo registrado de la provincia. No obstante, a partir de su remuneración más elevada, la actividad constituye 14% de la masa salarial en la provincia. Además, la minería cuenta con una amplia cantidad de proveedores y contratistas en cada una de sus operaciones, que al menos duplican el empleo vinculado a cada operación. Debido a la alta tecnificación requerida y la necesidad de utilizar normativas y certificaciones de las mineras, lo hacen también alto en cuanto a formalidad y salarios.

Volviendo a la distribución geográfica de los proyectos, estos promueven actividades en regiones alejadas. Nuevamente para el caso de Santa Cruz, Cerro Vanguardia, principal operación minera de la provincia desde 1998, se ubica en la meseta patagónica, a unos 150 km al noroeste de la ciudad de Puerto San Julián, ciudad que en el último censo tenía menos de 8.000 habitantes; Mina San José se encuentra a 50 km de la ciudad de Perito Moreno (4.617 habitantes) y Cerro Negro opera a 70 kilómetros de la ciudad de Perito Moreno (4.671 habitantes).

Finalmente, debe mencionarse el aporte para el desarrollo de proveedores y el potencial innovador, donde la visión de la minería como enclave económico perdió fuerza a partir de las transformaciones propiciadas por la globalización, las políticas de fomento al desarrollo local, las necesidades abiertas por las nuevas tecnologías y los modelos de explotación vigentes en el sector. La desverticalización que experimentó el sector, creó nuevas oportunidades para el establecimiento de redes locales.

La necesidad de buscar nuevas fuentes de recursos o incrementar la productividad de las existentes se ha convertido en un fuerte incentivo para la innovación de procesos, en la cual las condiciones locales tienen fuerte peso y los actores presentes en el territorio cuentan con cierta ventaja al conocerlas en mayor profundidad y estar en mayor contacto con ellas.

El aspecto ambiental -foco de controversia- hace de la minería en la actualidad un sector intensivo en tecnologías y equipamientos, a la vez que funciona con estándares ambientales internacionales y regulaciones, mucho más elevadas que otras y genera incentivos para desarrollar tecnologías cada vez más amigables con el medio ambiente. Además, en su resolución sobre gobernanza de los recursos minerales, la Asamblea de las Naciones Unidas distingue la importante contribución de la minería al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la dependencia que las tecnologías limpias con bajas emisiones de carbono tienen respecto de la extracción de metales y minerales.

Para alcanzar una mayor integración de la producción minera y avanzar con la cadena de proveedores, es necesario garantizar la continuidad y crecimiento del mercado, para que las empresas puedan avanzar en la curva de aprendizaje y sofisticar sus actividades. Un mercado con escala y diversificación, permitirá no solo alcanzar mayores niveles de eficiencia, sino también funcionar como plataforma para conquistar mercados externos.

El cambio hacia un mundo más sustentable necesitará más minería y nos abrirá una ventana para desarrollar el pleno potencial del sector en nuestro país. Lejos de ser una maldición, la actividad reúne varias condiciones que contribuyen al desarrollo federal y a eliminar los cuellos de botella que mantienen a nuestro país en el estancamiento económico.

Por Nadav Rajzman para El Economista

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