Desearía hacer un comentario sobre lo expresado recientemente en este medio por el licenciado y doctor Manuel Fontenla, sobre la supuesta ignorancia de los catamarqueños respecto de la megaminería. “Votamos ignorando, aceptamos ignorando, negamos ignorando, aplaudimos ignorando y sobre todo, miramos al costado, ignorando”.
Manuel expresa, entre otras inquietudes, su anhelo de que en este tema Catamarca pueda ser como Chubut. Al respecto, desearía relatarles brevemente mi experiencia chubutense.
Corría 2005 y viajé con mi familia a Esquel. Allí me sorprendió la efervescencia respecto del tema minería. Viviendo en Catamarca, y como propietario del TV Cable de Andalgalá, no tenía posición tomada sobre el asunto, considerándolo en principio con cierta prevención por el cariz negativo con que se abordaba el tema en la mayoría de los medios. Con tal motivo, me interesó indagar al respecto para tener más elementos a la hora de juzgar la actividad a nivel local y nacional. Así, en el mismo local donde se alquilaban los equipos para ir a La Hoya me vendieron “Esquel y su NO a la mina” de Juan A. Zuoza, y en una librería que ostentaba profusión de afiches en el mismo sentido, “La Patagonia de pie – Ecología vs negociados”, los que, por supuesto, contenían toda clase de predicciones apocalípticas sobre la minería, coincidentes con las inquietudes del joven Manuel. Las predicciones no pudieron comprobarse nunca, ya que la actividad se prohibió en la provincia.
Lo que me llamaba la atención cuando indagaba con mi inveterada vocación de periodista a todos quienes podía, era el hecho de que lo que podríamos denominar (valga el eufemismo) las clases “acomodadas” –comerciantes, docentes, profesionales– se manifestaban vehementemente en contra de la minería y, en cambio, las clases “populares” (el mozo, el vendedor de combustibles, el vendedor de diarios) eran menos fundamentalistas y contestaban más o menos generalmente con un “bueno … si trae trabajo y no contamina…” Después de recorrer las hermosas cercanías de Esquel (Trevelin, parque nacional Los Alerces, el tren La Trochita), crucé la meseta patagónica entre esa ciudad y la costa. En todos sus pueblos intermedios (Tecka, Cajón de Ginebra Chico y Grande, Las Plumas, Los Altares) las expectativas sobre la aún lejana minería eran mayoritariamente favorables. Se trataba, otra vez, de mayoría de gente humilde, trabajadores de bajos sueldos, crianceros, peones… Una vez arribado a la costa (Puerto Madryn) las prevenciones o rechazos a la eventual instalación de la minería volvían a aumentar. Lo que me llevó a pensar que, al menos en Chubut, la constante era que a mayor nivel cultural, laboral y económico, el rechazo a la minería era mayoritario; cuando el nivel era el de los sueldos bajos, la educación incompleta y las escasas chances laborales y de desarrollo individual y familiar, las expectativas con la minería eran favorables… Hice este periplo, con el mismo resultado, unas diez veces en veinte años.
Como queda dicho, en Chubut no se desarrolló la minería. Volví de ese viaje a Andalgalá, donde ya la actividad llevaba unos pocos años y, como todos, tuve que aprender. Al menos, para todos quienes de veras quieren opinar sobre el tema la idea sería la de estudiar y aprender, sin preconceptos ni fundamentalismos. Empezaban a difundirse entonces las teorías que ya había visto en el sur (había “especialistas –uno español famoso– que “coucheaba” como se diría ahora a las “asambleas” y “pueblos en lucha”) y tuve mi primer gran conflicto: aceptar que la minería debía desarrollarse con controles, con seguridad, como oportunidad laboral casi única fuera de la estatal tradicional, no implicaba avalar dispendios ni fiestas de intendentes corruptos y/o ineficientes. También tuvieron que aprender, como otros actores, los gerentes mineros, y les costó bastante comprender que no era acertado decirle todo sí a intendentes que también les decían todo sí pero dilapidaban los fondos mineros; era esencial para la supervivencia del sistema que entendieran que el despilfarro atacaría las bases del consenso social. Así, en 2010 un estallido expresó lo que los sociólogos llaman “sentimiento de no pertenencia”: muchos andalgalenses veían cómo los recursos de la minería eran dilapidados y no veían los beneficios que para ellos se habían prometido. A ese legítimo malestar se sumaron, entre otros, gente sensible, hippies, fundamentalistas de la antiminería, “luchadores por la vida” y “por el agua” pagos, tan diferentes y a la vez tan parecidos a los exsoldados yankis que la CIA contrata para armar lío donde le resulte funcional: Venezuela, Colombia, México o donde sea… gente que vive del conflicto y que trabaja para que siempre exista, ya que de eso vive.
Pero si hemos de referirnos a las apocalípticas predicciones -contaminación, muerte, cianuro, despoblamiento, empobrecimiento- ninguna de ellas se ha cumplido después de 20 años de la actividad minera que conocemos: la nuestra. En veinte años los críticos de buena fe y los motivados por otros intereses no han podido presentar un solo contaminado; los estudios serios sobre enfermedades no encuentran en Andalgalá y la zona mayor incidencia de enfermedades graves que la que existe en cualquier otra latitud del país; el cianuro nunca se empleó ni se lo hará en la próxima explotación de Agua Rica. Desearía preguntarle a Manuel cuáles son los pueblos fantasmas de los que habla, los ríos secos. Mientras tanto, cientos de trabajadores de la zona se han capacitado y tienen muy buenos sueldos. Diez mil familias viven directa o indirectamente de la minería en Catamarca. Y aquí me parece que está uno de los puntos centrales del origen de esta discusión: las y los actuales conductores de camiones, laboratoristas, técnicos, operarios de la minería, si no se sumaban al elefantiásico aparato estatal, quedaban a disposición de empresarios que les pagaban sueldos muy inferiores.
Por otro lado, es evidente que, como se diera en mi observación en Chubut, los de la parte alta de la pirámide no ven con buenos ojos que aquéllos que ayer solo podían ser su peón o su mucama tengan hoy una posibilidad de ascenso social similar a la que tienen sus hijos acomodados. Las condiciones de vida de los andalgalenses y belichos mejoraron ostensiblemente mucho más allá de la mediocre administración de los fondos provenientes de la minería llevada a cabo por intendentes que reniegan de la minería pero no de sus ingresos, en una actitud esquizofrénica –por decirlo suavemente– o hipócrita. Con los recursos de la responsabilidad social empresaria de las empresas mineras se construyeron, entre otras obras, el polideportivo de Belén, el de Santa María, la escuela técnica de Belén, los hospitales de Andalgalá y de Aconquija; se realizó apertura de caminos, asfalto, conectividad, planes de reconversión varietal, acceso de la gente al agua. El dique de colas recuperó la fauna preexistente, que aparece en los documentos gráficos que cualquiera puede apreciar. El agua que no se toma de ciertos ríos no se tomaba desde tiempos lejanos, ya que tienen componentes nocivos –exceso de flúor, entre otros– que los pobladores de la zona conocen mucho mejor que los becarios Conicet.
Chubut no tiene minería, ni la tendrá vaya a saberse por cuánto tiempo. Sus autoridades desde hace muchos años vienen intentando implementarla con pésimas políticas de transparencia y de comunicación; los resultados están a la vista. Pero aunque las profecías siniestras no pudieran probarse, Esquel y su zona de influencia, Madryn y su zona tienen su Trevelin, su La Hoya, su Trochita, su parque nacional Los Alerces con inmensos lagos y ríos, sus playas, sus ballenas, sus delfines, sus pingüinos. Nada de eso hay en la meseta, un inmenso cuadrado de 600 x 600 kms., en el que los habitantes jamás son entrevistados por nadie; su visión de la minería como una oportunidad jamás se ve reflejada ni siquiera en la TV pública, presa de un “progresismo naif” difícil de entender. Tampoco hay nada de eso en Andalgalá, que tiene sus atracciones, y no hay una sola de ellas que se vea afectada por la actividad minera; han convivido durante 20 años y pueden hacerlo mientras se mantenga una actividad transparente y controlada, pero evidentemente no tienen el cúmulo de atracciones –ni de oportunidades- con que cuenta Chubut.
Y aquí es donde nos referiremos a la “ignorancia” que Manuel esgrime como supuesta falla del carácter de los catamarqueños … La prédica antiminera de muchos profesionales recibidos y que ejercen en universidades nacionales con aportes de la minería no ha prendido en la población, que tuvo en su aprendizaje los mejores maestros: el Tiempo y la Experiencia. Ambos demostraron que la actividad, regulada y ejercida responsablemente, es una gran oportunidad para el desarrollo de los argentinos todos, no solo de los catamarqueños. Ingentes sumas de fondos mineros, millonarias en dólares, aportaron y siguen haciéndolo al presupuesto nacional, provincial y municipal, sin que se observen los daños ambientales y humanos que se profetizaban.
Tal vez el pueblo catamarqueño le creyó menos a sus docentes que lo que lo hizo el de Chubut, o tal vez le creyó menos a los profesionales “humanistas” y más a los que entienden realmente del asunto, a los vinculados directamente con la minería: químicos, ingenieros en minas, geólogos. Tal vez esperaron a ver que lo comprometido por las empresas y los controles asegurados por los gobiernos de Lucía Corpacci y de Raúl Jalil se implementaran efectivamente, como se hizo. ¿Ignorancia o sabiduría? Por supuesto, todo transcurrido sin barullo, sin cámaras, sin “asambleas”.
Las elecciones para intendente realizadas en Andalgalá son presentadas como el triunfo de una actitud anti minera. Creo firmemente que no es así; los políticos que se presentaban como pro mineros no resultaron del agrado de la mayoría. Tan sencillo como eso. El máximo de concurrencia de las “marchas por el agua y la vida” ha sido de 300 personas; hay 8.000 firmas de andalgalenses pidiendo por la apertura de Agua Rica. Cuando se habla de los “pueblos en lucha” y su pensar o hacer, generalmente se habla de una porción menor de esas sociedades; la más ruidosa y, a veces, la más violenta e incendiaria; la mayoría de ese “pueblo”, silenciosamente, trabaja y espera que se confirmen los datos sobre cualquier actividad de su interés con lo que dicen de ella el tiempo y la experiencia, no con lo más viralizado ni más gritado.
¿Es eso “ignorancia”? Con todo respeto, ¿No es una clase más elegante de ignorancia la de ser un intelectual y pretender dirigir la vida de los demás desde la comodidad de un sueldo estatal? Manuel, te conozco desde niño, aunque no lo recuerdes. Hemos pasado agradables momentos con tus padres en su casita de la av. Ocampo primero y las 920 viv. después, cuando vos y tu hermano eran niños; tenemos varios amigos comunes. Te invito cordialmente a que vayamos a Andalgalá, Belén, Santa María y dialoguemos con la gente, con toda la gente… y tal vez, mientras compartimos una bebida espirituosa, encontramos respuestas a tus interrogantes.
Javier Vicente Duhalde
Fuente: https://www.elancasti.com.ar
Dejar una respuesta